Cuando la cocina huele a hogar
Los olores son memorias que viajan con nosotros. Basta que el caramelo comience a dorarse para que regresen la infancia, la tierra y la familia entera a nuestra mesa.

El aroma del caramelo llenó mi cocina apenas comenzó a dorarse en el fondo del molde. Mezclé los huevos con la leche condensada, una lata de agua del mismo molde, cuatro cucharadas de leche en polvo y un toque de vainilla.
En otras casas, agregan un chorrito de licor para realzar el sabor. Yo, lo vertí con cuidado sobre esa base ámbar y crujiente. Mientras que el horno hacía su magia, me quedé allí, mirando el reloj, oliendo el tiempo, pensando, soñando despierta.
El quesillo es más que un postre en Venezuela: es un estandarte, una bandera que ondea en las mesas familiares. Mi hermana lo preparaba en cada cumpleaños y en todas las fiestas importantes, con un gesto único que convertía cada cucharada en una historia compartida por generaciones.
Como otros platos típicos venezolanos, el quesillo no solo alimenta el cuerpo y el alma; también te acepta. Compartirlo es decirle al invitado: “ya no eres un extraño, eres uno de los nuestros”.
No es solo un dulce; es un emblema que conecta con la tierra y con el alma venezolana. Tiene la capacidad de abrazar a quien lo prueba, aquí o allá. Es un símbolo de aceptación y pertenencia: un recuerdo tangible de quiénes somos y de dónde venimos
Hoy, lejos de la tierra que me vio crecer, ese quesillo es el vínculo con todo lo que dejé atrás. Me trae el recuerdo de risas alrededor de la mesa y de las voces familiares que daban calor.
Aunque mi fogón ahora está en otro rincón del mundo, el quesillo sigue siendo un lazo que me mantiene conectada con mi historia, con mis raíces, con ese fogón y la maleta que viajan conmigo, conquistando otros continentes y culturas.
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Cada cucharada es un pasaporte a la memoria. Y tú, ¿qué postre de tu infancia te devuelve al calor de tu hogar?
Foto 2:Pablo Merchán Montes