El secreto de llamarse Segreto

La historia de una psicóloga argentina que decidió devolverle su verdadero nombre a su linaje. Entre silencios heredados, migración y memoria, María Fernanda Segreto reconstruyó la identidad que su padre había ocultado al llegar desde Sicilia durante la guerra. Un relato sobre el poder de nombrar, sanar y reconciliarse con la propia historia familiar.

En cada familia existen silencios que pesan tanto como las palabras.
María Fernanda Segreto Guaquinchay creció con una verdad guardada bajo llave: la historia de su padre inmigrante italiano que llegó a la Argentina durante la Segunda Guerra Mundial, que permaneció oculta por casi tres décadas.

Su identidad, marcada por el amor, el silencio y el reencuentro, encontró finalmente la luz a través de un proceso de fe, verdad y reparación emocional. Hoy, María Fernanda comparte su camino hacia el descubrimiento de su origen, la decisión de recuperar su apellido paterno y el profundo significado de reconciliarse con su historia.

El silencio de una historia migrante

“Fue emocionante saber que tanto mi papá como mis abuelos tuvieron la oportunidad de escapar de la guerra para proteger sus vidas, que pudieron construir una vida en Argentina y que yo soy producto de esa situación que tuvieron que vivir.”

Su padre, un joven que había dejado atrás una Europa herida, se enamoró en Argentina de quien sería su madre. De ese amor nació ella, aunque las circunstancias de la época exigieron guardar silencio.

“Durante muchos años el origen de mi identidad fue un secreto. Y así fue por 27 años, hasta que por fin se rompió el silencio”. Aun así, María Fernanda mira hacia atrás con gratitud: “el lugar que ocupan esos silencios en mi vida es un lugar muy especial, valioso. Me ayudaron a ser quien soy ahora: mi propia identidad.”

Descubrir la verdad

Me gusta la palabra descubrir, porque es como si algo está tapado, cubierto, y de repente le sacas esa cobertura y lo ves tal cual lo imaginabas, afirma Segreto.

Ese descubrimiento, dice, fue un alivio: “cargué con ese secreto como una sombra. Siempre tuve el sentimiento de que tenía otro padre, de que había alguien más. Cuando lo descubrí, fue confirmar lo que ya sabía en mi interior.”

El derecho a un apellido

El encuentro con su padre biológico fue, para ella, un acto de predeterminado.
“Fue un encuentro guiado por Dios, guiando su corazón y el mío al mismo tiempo. Su apellido me pertenecía, él me lo quería dar y yo quería tenerlo. Llevar su apellido es el derecho a mi identidad, que me fue negada por varios años.

También es llevar algo de él en mí: un legado.” El apellido que hoy la representa legalmente es Segreto, pero el de su crianza, Guaquinchay, también ocupa un lugar profundo en su corazón.

“El apellido de crianza lo sigo conservando de manera social. Es un legado. Nunca tuve la intención de elegir entre uno u otro; entendí que son dos. He sido un eslabón conexivo entre ambas generaciones. En mi árbol genealógico, la obra es para mí.”

La identidad sanada

Durante años, María Fernanda buscó inconscientemente el reconocimiento de los demás. “Cuando este proceso se resolvió legalmente y me dieron el reconocimiento oficial, esa necesidad desapareció. Sentí un alivio inmenso. Fue sanador.”

Aquel proceso también le reveló su propósito. “Este camino me ayudó a saber mejor quién soy y conocer mi vocación. Con la ayuda del Señor y de terapeutas que atesoro, descubrí lo que necesitaba saber. Quise estudiar psicología para poder ayudar a otros en procesos similares. Hoy siento que puedo aportar a la comunidad desde un lugar de resiliencia.”

Las raíces de Sicilia

Su historia familiar se remonta a lo básico, un pequeño pueblo de Sicilia, en Italia.
“Mi padre nació allí y tenía once años cuando mis abuelos decidieron marcharse por los efectos de la guerra. Viajaron en barco hasta Nueva York y desde allí llegaron a Argentina, estableciéndose en el departamento de San Martín, provincia de Mendoza.”

Con esfuerzo, comenzaron vendiendo pan casero y cultivando la tierra. Con el tiempo, su trabajo se convirtió en una panadería que abastecía gran parte del pueblo. “Crecieron mucho económicamente, compraron terrenos y allí se quedaron. Mis abuelos fallecieron en ese lugar.”

Su padre regresó a Italia cuando ella tenía 15 años, “ya resignado a guardar el secreto”. Pasaron doce años hasta que volvió a San Martín decidido a contar la verdad.

“Me dijo que me quería, que siempre deseó que yo supiera la verdad, pero no podía hacerlo por respeto a las circunstancias de aquel tiempo. No soportaba la idea de irse de esta vida sin que yo lo supiera.”

Ese reencuentro fue breve, pero pleno. “El poco tiempo que estuvimos juntos fue muy especial. Sentía como si lo conociera de siempre. Él volvió a buscarme y decidió confrontar el silencio. Falleció el mismo día de mi cumpleaños, el 17 de junio de 2017.”

La historia de María Fernanda Segreto Guaquinchay es un testimonio de cómo el silencio puede transformarse en palabra y el dolor en legado. Su búsqueda de la verdad le devolvió el sentido y el nombre, pero sobre todo, le permitió reconciliar dos raíces: la del amor que la vio nacer y la de la identidad que la vio renacer.

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