Epígrafe de un momento eterno

Husmeando un día, en la vieja maleta de mi mamá, corroída, avejentada por el color amarillento del paso del tiempo, me conseguí con una foto en blanco y negro de mi “vieja”, llamada así por cariño. En ella aparece con mi hermana mayor y con uno de mis hermanos que murió de meningitis, cuando era un párvulo.

Los ojos de mi “vieja” se notan cansados, pero su caminar se ve firme en el polvo del mediodía, en una calle de su ciudad. El momento, fue captado por un fotógrafo de la época. En esos años, era común que los fotográfos se ganaran la vida tomando fotos espontáneas a las personas que transitaban por el centro.

En los años 50, este fenómeno fue conocido como “fotografía callejera, o street photography” en inglés. Debajo de las fotos, como sello del momento y para reafirmar su valor, solían colocar una frase o pensamiento que aludiera a la ocasión.

En la de mi mamá y hermanos está escrita la frase “Para amarte yo vivo”. Sin saberlo, esa línea se transformó en un legado visual que marcaría la vida de mi hacedora. Años más tarde, perdió al hijo que llevaba en brazos en esa imagen, y tiempo después, a otro más casi de la misma edad.

La respiración tibia de los sueños de mi mamá, su mano sosteniendo a mi hermana, que la sigue sin soltarla, y a mi hermano en su regazo – es un momento donde el contacto – fue el único mapa seguro en el mundo para mis dos hermanos.

No hay poses ni filtros. Solo la vida en su estado más puro: cargar, sostener, guiar, amar, cuidar.

Mi mamá no supo que alguien había capturado el momento, hasta que el fotógrafo se le acercó para pedrile su dirección y prometió llevárselo impreso. No imaginó que, años después, esa imagen sería un refugio, un símbolo, una raíz, para su hija más pequeña.

Tres tiempos del amor envueltos en un solo momento. Una frase que me enseñó que la eternidad existe y espero por ella.

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