La cuna que cruzó fronteras: raíces en medio del exilio
Género: Crónica humanista
Millones de niños en el mundo han debido huir de sus hogares por la guerra, la violencia o los desastres. Entre la urgencia y la pérdida, algunas familias logran salvar pequeños objetos —una manta, una fotografía, un juguete— que se convierten en refugios emocionales y símbolos de continuidad. Esta crónica recoge testimonios y recuerdos que muestran cómo lo cotidiano puede convertirse en raíz en medio del exilio.

En cada exilio, además de las maletas cargadas de objetos indispensables, viaja también lo invisible: la memoria. Pero, a veces, esa memoria se materializa en algo sencillo, cotidiano y profundamente humano: una manta, un juguete, una fotografía. Objetos que no son solo pertenencias, sino refugios emocionales, símbolos de continuidad familiar en medio de la ruptura.
A finales de 2024, cerca de 48,8 millones de niños habían sido desplazados por conflictos o violencia: entre ellos, 19,1 millones de refugiados y solicitantes de asilo, y 29,4 millones desplazados internos.
A esta cifra se suman 4,4 millones de niños afectados por desastres naturales. Entre 2010 y 2024, la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) registraron más de 2,3 millones de nacimientos en condición de refugio. Solo entre 2018 y 2024, 337.800 niños nacieron cada año siendo ya refugiados.

El exilio y sus pequeños guardianes
Las familias que emigran —forzadas por la guerra, la persecución, la pobreza o el clima— no siempre logran llevar consigo lo esencial. Sin embargo, en medio de la urgencia, muchos padres priorizan aquello que conecta con sus hijos y con su historia.
Lo que se llevaron al huir
Testimonios recogidos en un trabajo especial de ACNUR y UNICEF —con familias refugiadas de Siria, Ucrania y Venezuela— relatan cómo los niños se aferraron a una manta heredada, una muñeca de trapo o un osito de peluche. “No eran lujos: eran amuletos para sobrevivir el desarraigo”.
“Quería traerla conmigo al venir aquí. Estaba colgada en la pared. Vi a mi madre organizando cosas, así que corrí hacia la foto, la quité de la pared y la metí en su bolso”, recuerda Zaina, sobre una fotografía enmarcada de su difunto padre, que llevó consigo al huir de Siria hacia el campo de refugiados de Zaatari, en Jordania.
Maksym, del este de Ucrania, huyó con su madre y su hermano cuando la guerra se intensificó. “Tuvimos que huir porque estaban bombardeando”, cuenta. Esa misma semana debía dar su primer concierto de piano; la partitura fue una de las pocas cosas valiosas que logró empacar.
Para Andaili, que dejó Venezuela rumbo a Colombia, lo más preciado que pudo llevar fue un álbum de fotografías familiar.

Otras cunas
En Colombia, según el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), comunidades desplazadas cargaron con cobijas y hamacas que habían acompañado a varias generaciones. Para muchos niños, esas telas fueron el único espacio seguro donde dormir, incluso en medio de campamentos improvisados.
Mientras que en México, familias migrantes provenientes de Centroamérica narran cómo las abuelas tejieron pequeñas mantas para sus nietos y las enviaron en mochilas, como una manera de “abrazarlos a distancia” durante la travesía hacia el norte.
Herencias que resisten
Estos objetos se convierten en una forma de continuidad: lo que no cabe en una maleta, cabe en una fibra, en un tejido, en el calor de lo heredado.
Hoy millones de niños refugiados siguen abrazando lo único que sobrevivió al desarraigo: un pedazo de su historia convertido en objeto. No son lujos, sino recordatorios de que, incluso en medio de la guerra y la migración, la infancia insiste en resistir.
¿Si solo tuvieras horas —incluso minutos— para decidir antes de huir de tu hogar, qué elegirías?
Fuentes consultadas: ACNUR – UNICEF -CNMH – Fotos https://unsplash.com/es